A menudo, vemos en los informativos de la tele, leemos en la prensa escrita o escuchamos en la radio, la noticia de que algunos inmigrantes ilegales han llegado a nuestras costas tras duros días en pateras pasando hambre e insolaciones, ya es duro dejar atrás tus raíces y tu familia, pero más duro es hacerlo en esas condiciones.
Lo curioso de todo es que cuando lo consiguen se ven felices, tal como si hubieran llegado al paraíso. ¿Paraíso? ¡vamos a ver! Estamos en un país con más de cinco millones de gente desempleada, al borde del rescate, donde muchas familias sobreviven gracias a las pensiones de los abuelos, otros comen gracias a Caritas, donde nuestros jóvenes tienen que irse al norte de Europa a buscarse la vida, eso el que puede o tiene un buen colchón para permitírselo, donde los inmigrantes legales se están volviendo a sus países de origen por qué aquí ya no pueden sobrevivir, donde los déspotas del poder se están llenando los bolsillos mientras a la gente de a pie les quitan las ayudas. Si lo miramos de este modo más que un paraíso esto es un infierno.
La única lógica a su sonrisa es que consideren este país como la entrada al resto de Europa, pero para eso tendrán que pasar otras calamidades viviendo en piso patera, pateándose la calle para conseguir vender gafas de sol de esas que dañan a la vista o esos gorritos ridículos que ellos llevan montados uno encima de otro sobre sus cabezas haciendo una grotesca torre, o vendiendo copias de dvds que unas veces se ven y otras no, o bolsos falsificados, siempre alerta por si pasan los municipales y hay que ser más rápido que Usain Bolt. Eso si no acabas repatriado otra vez a tu país y entonces empiezas de cero.
Así que a los recién llegados bienvenidos al Infierno.
Inspirado en el artículo ¿Quien engaña a los inmigrantes? de Juan Tortosa
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